Para el resto de los mortales, mi clase (sentimentalmente hablando) la componen los hombres de corazón pétreo, frío, y gris, entre otras características similares a los adoquines que cubrían hasta no hace mucho las calles de mi barrio. Solemos exhibir nuestra peor cara de desasosiego en los velorios a falta de llanto, y rara vez algo nos humedece los ojos desde adentro, amén del descenso de nuestro equipo favorito o el recibir inesperadamente un soberano puñete en la nariz. Las películas del corazón no nos logran sacar ni una lágrima, y más aún, por más que haya ejecuciones, violaciones o dramas insondables, son sólo películas y no representan más compromiso para nuestros sentimientos que
Mingo y Anibal en la mansión embrujada.
Naturalmente, todo ello no implica nada más que lo que hasta aquí detallo... algunos de mis congéneres seran mucho más o mucho menos bondadosos que yo, y hasta quizás tendrán sentimientos mucho más puros que los míos, aun sin (poder) demostrarlos al resto de la gente. Y por supuesto más de uno de ellos tendrá la más absoluta disparidad en el resto de sus virtudes y demás características, respecto de mi persona y del resto de mi clase.
Mas aún, en mi caso personal esta suerte de "conciencia de clase" no me provoca ningún sentimiento de orgullo en absoluto ya que me parece una pelotudez total aquello de que "los hombres no lloran". Ocurre que simplemente hemos sido fuertemente condicionados por nuestra sociedad y nuestra cultura para comportarnos de tal manera, y el condicionamiento en nuestro caso ha sido (aparentemente) a todas luces efectivo.
Amigo lector/a: Si se siente identificado con lo que acabo de decir o por alguna extraña razón ha llegado hasta aquí, vea
esta película y podrá apreciar cómo y de qué manera, dichos condicionamientos caen estrepitosamente. Si sigue por lo de la extraña razón, le recomiendo la vea en compañia de uno de mi clase, a efectos de ilustrarse debidamente sobre el punto que trato de establecer.